sábado, 14 de noviembre de 2009

Díselo con una sonrisa.


En el trabajo de Sevilla, fue cuando por primera vez me encargué de seleccionar a las personas que iban a colaborar en esa nueva aventura laboral para la que había sido contratado. Eran cinco chicas y un chico. Todos eran jóvenes, ninguno pasaba de los 25 años. Con creces les doblaba la edad.


En el momento de conocernos, empezar a convivir y trabajar en ese proyecto empresarial, todos ellos tenían ya su particular vida privada. Las muchachas tenían novio y el muchacho novia. Poco a poco nos fuimos conociendo todos. Muchas noches, algunas de las parejas aparecían por el trabajo a esperar a sus chicas y así me resultó fácil conocerles y entablar un dialogo agradable con todas ellas y ellos.


Al cabo de unos años, algunas de las muchachas de los primeros tiempos continuaban y otras habían cambiado de trabajo; pero la amistad, el contacto, y me honro de ello, nunca le perdimos y le seguíamos manteniendo hoy, a pesar de la distancia y de no vernos hace bastante tiempo


Aquellos novios y novia de mis compañeros, al cabo de no mucho tiempo desparecieron todos, excepto el novio de una de ellas. Todas, menos la excepción, cambiaron de pareja, algunas se fueron vivir con otros chicos e incluso dos de ellas tuvieron un niño. Nada que no sea normal. El muchacho también dejó a su novia y fue uno de las nuevas parejas que antes comentaba de las chicas. Aquellas nuevas situaciones las viví en primera persona e igualmente también sentí como algo propio, cuando alguna de ellas lo pasó muy mal al romper con su pareja.


Todas, mientras les duró el amor, decían estar muy enamoradas de sus chicos, les querían muchísimo, y soñaban en ser muy felices a su lado. Convivían juntos en sus vacaciones y cuando podían, que supongo serían en muchas ocasiones. Todo natural y nada especial.


Sólo había una muchacha, la excepción que os comento antes, que nunca decía estar enamorada, lo estaba pero no empleaba esa palabra. Ella siempre nos decía que quería mucho a su chico y nunca se cansaba de decirnos que a su lado se lo pasaba muy bien y se divertía mucho.


Siempre me llamó la atención ese comportamiento, jamás dijo que estaba enamorada, simplemente que le quería, que es parecido pero no lo mismo, y sobre todo que a su lado se divertían mucho y que le hacía mucho a todas horas.


Ella era muy alegre y cantaba fandangos de primera. Al final del día, muchas noches cuando ya estábamos solos u ocasionalmente en alguna terraza de algún bar, se lanzaba al ruedo y se ponía a cantar. Yo me fijaba en su novio y es cierto; no paraba de sonreírla con una cara de felicidad total. Ella, al final se contagiaba y estropeaba la canción, no podían contener ninguno de los dos la risa. Tenía que dejar de cantar, se daban un abrazo y se acababa el cante. Pero al hacer cualquier gesto o comentario siempre con la sonrisa o risa en los labios y la mayor parte haciendo unos chistes que venían al caso, muy graciosos.


Es la única y tengo constancia de ello, que sigue compartiendo sus sonrisas con aquel novio que yo conocí. En muchas ocasiones su recuerdo me hacía y hace reflexionar de que en la vida nos sobra irritación y «mala uva» y nos falta mucha alegría, mucha sonrisa, mucha risa, mucha carcajada. Pasamos por la vida, torpemente abrumados por nuestras cosas y agobios diarios, hemos perdido esa chispa alegre que tan importante es para poder vivir. Ellos, siguen queriéndose, estoy seguro, porque han sabido compartir y darse su amor a través de lo mejor de lo más bello y risueño que tienen y que no es otra cosa que su alegría, su sonrisa, su risa y su carcajada y perdón por la repetición, pero quería remarcarlo muy expresamente.


Hace tiempo que directamente no sé nada de ellos. En Navidad les llamaré a todos. Guardo un estupendo recuerdo y les quiero, pero nunca podré olvidar las especiales ganas de vivir y la peculiar forma de transmitir alegría de Ana y Emilio. Así se llamaban.


Aparquemos, por favor, la crispación y sonriamos más. Merece la pena.


Buen fin de semana.



9 comentarios:

Elena dice...

Cómo me gustaría aparcar esa irritación la mayoría de las veces, sobre todo con mis hijos que me ponen de los nervios a cada instante.
Qué bonito sería dar la importancia justa a las cosas y reírnos, reírnos mucho.

Bonita entrada Fernando, un beso.

Anónimo dice...

Me han llamado la atención tus datos personales, sobre todo la última frase:
"En otros centros del saber, donde se consiguen diplomas que adornan muy bien las paredes, nunca estuve."

Creo que has sabido quedarte con el "mejor saber". Gracias por transmitirlo.

Saludos.
Isabel

Fernando dice...

Gracias por tu visita.

¿Te imaginas, Elena, si todo nos lo dijeramos con un sonrisa y en los momentos especiales, estuviera acompañda por una flor?

Un beso.

Fernando dice...

Gracias anónima o anónimo por tu visita. Al final creo que no lo eres tanto como supuestamente pudiera parecer. De cualquiera de las formas, muchas gracias por her venido hasta aquí y dejar tu comentario.

No fue una frase hecha, la que copias de mi perfil. La escribí consciente de lo que quería decir. Hay centros del saber donde se aprenden cosas y por esos conocimientos nos premian con un título. Pero la vida, la necesidad de vivir todos los días, de seguir siendo personas e intentando ser dignos y honestos, no se aprende en esos centros del saber, se aprende en la calle, muchas veces convertida en jungla

Ni que decir tiene que estas puertas están abiertas para cuando quieras volver y si lo haces pronto, mucho mejor.

Gracias por tu visita.

Un beso.

Anónimo dice...

Entro como anónimo(anónima) porque no me he decidido a iniciar mi blog.
Me gusta moverme por la blogosfera y de vez en cuando dejo algún comentario.
A ti te descubrí ayer(como comento en tu post a Teresa Forcades) en el blog de Cartas Marruecas.
Yo también llevo algunos años "en la mochila de la vida". Sí estuve en algunos "centros del saber"; pero lo importante no lo aprendí allí. Lo importante aún lo estoy aprendiendo.
Gracias por compartir tu saber.

Saludos
Isabel

Fernando dice...

Isabel: Al final, hoy mismo, vía teléfono, he sabido que no eras "La Isabel" que creía. Te confundí y además tu nombre con el que firmas, coincide con el de una entrañable amiga. Disculpa.

Ya ves que apenas tiene visitantes mi cuaderno (no pasa nada, no importa) por eso, quizá, cuando veo que alguien se interesa por mis cosas, no puedo ni quiero evitar sentirme bien.

Gracias por tu visita y siempre estaré encantado de compartir contigo, nuestras experiencias y vivencias aprendidas y vividas en la calle.

Te animo a que crees tu propio cuaderno. Es una satisfacción compartir con quien quiera estar al otro lado de la pantalla, tus cosas. Hazlo, te sentirás bien. Un lector y contestador, al menos, ya tienes y seguro que tendrás muchos más.

Cordiales saludos.

Fernando dice...

Disculpa de nuevo, Isabel. El anterior comentario debí escribirlo después de haber leído tu entrada en Teresa F. El tuyo no lo había leído y por eso no te contesté en su momento. Cuando pasa uno o dos días, no suelo mirar si en los anteriores se han producido nuevos comentarios.


A Teresa F, la he descubierto recientemente por mediación de mi amiga Isabel, ella fue la que me habló de esta extraordinaria mujer.

Respeto a lo último que escribí en Cartas Marruecas, no hice más que expresar mis profundos sentimientos humanistas y mi desprecio por la cantidad de hipocresía, injusticia y falsedades que veo todos los días. "Mis sarampiones" políticos pasados quedan ya lejanos en el tiempo pero las ideas sin corromper por los políticos o siglas permanecen inamovibles en mi.

Gracias de nuevo.

Anónimo dice...

Comparto tus "profundos sentimientos humanistas y tu desprecio por la cantidad de hipocresía, injusticia y falsedades...": es el atractivo que encuentro en tu blog.
Lo de abrir el mio...pienso que no tengo mucho que ofrecer. Si escribiera seguramente lo haría como terapia y tengo cierto pudor en exponer mi vida interior.

Saludos
Isabel

Fernando dice...

La decisión siempre será tuya. Aunque estoy seguro que podrías ofrecernos muchas cosas interesantes. Tú las tienes, como las tenemos todos.

Tampoco hay que convertir estas páginas en un confesionario. Solo lo justo. Si me repasas, te darás cuenta que mis comentarios interesan muy poco a juzgar por los que me visitan, pero eso no me importa, porque, aunque no me lo tomo como terapia, me siento bien escribiendo y contando algo que sé no suele interesar a nadie. La mayoría de mis cosas son "chorradas", pero como son mías, para mi, son las importantes del mundo. Además… A mi, ¿qué importa si me siento bien escribiendo estas cosas?

Ante todo, Isabel, sé tú misma.

Un cariñoso saludo. Un abrazo.

PD: Isabel, si estos comentarios te merecen alguna respuesta o me quieres preguntar algo, casi prefiero que lo hagas en el último comentario que he escrito hoy (SGAE) A veces se me olvida mirar en los antiguos. Gracias.