miércoles, 18 de noviembre de 2009

¡Una de «mili»!


Fue en la década de los 60.


Medio millar de soldados, íbamos en tren desde Madrid a Cáceres. Eran esos trenes de los tranvías y correos, donde los asientos eran corridos, de madera y con una pequeña forma anatómica. Nada de tapizado, nada de mullido, duros como la madre que los parió.


Hoy nos hubieran producido dolor de espalda y hubiéramos que tenido que ir muchos ratos levantados, pero con pocos años, todo era muy diferente y resultaba hasta cómodo en algún momento de debilidad o sueño.


Aquellos trenes militares hacían parada en muchas estaciones y al mediodía en alguna ciudad concreta, donde esperaban un grupo de militares, de la Intendencia militar, que con cocinas de campaña preparaban la comida para los que viajábamos. Como es natural no podían faltar las patatas con algún tropiezo de carne, reservado sólo para unos pocos afortunados. El segundo plato ni idea, pero seguro que era bacalao frito y escasamente desalado, muy habitual en la mili que iba inmediatamente a la basura o un par de huevos duros y vino con unos polvos mágicos, según decían, para tratar de evitar calentamientos eróticos incontrolados.


La parada del tren fue en Talavera de la Reina con el tiempo suficiente para deleitar tan exquisito manjar. Luego, todos de nuevo volvímos a los vagones de la tropa (los de los jefes eran diferentes, asientos mullidos tapizados) y a continuar nuestro placentero viaje por La Mancha camino de Extremadura.


A la noche hubo cambio en el rancho, nos dieron a cada grupo de seis u ochos soldados una lata grande sardinas en aceite, carne enlatada que junto el chusco de pan sobrante del melodía y una naranja era la cena. No estuvo del todo mal. Hasta las 11 de la noche no llegamos a Cáceres y como el Campamento (CIR Santa Ana) estaba a unos 5 Km., ¡a dormir! en la estación. Cada uno como buenamente pudo (habían cerrado la sala de espera) Algunos afortunados consiguieron algún banco de los de sentarse en los andenes y el resto como pudimos. Ni que decir tiene que naturalmente, de tenientes para arriba todo fueron deserciones. No había ni uno. Al amanecer, ya se sabe, andando sin lavarnos ni la cara, ni desayunar hasta la base militar.


Pero hubo algo en el viaje que me llamó la atención y era el motivo de este comentario de hoy, pero al enrollarme hablando de las sardinas y de lo duro que estaba el cemento que tuve como colchón, casi no hablo de ello.


En las estaciones nos paraban mucho tiempo, siempre teníamos que dejar pasar a lo trenes de viajeros. Recuerdo en una, era ya de noche ¿Navalmoral de la Mata, podría ser? Podría ser. Recuerdo como decía antes, que estando parados en aquella ciudad, veíamos desde el tren mucha gente paseando por el andén. Posiblemente sería una de las distracciones de la personas de aquella época, pasear por allí. Pudiera ser.


En cuanto aparecían un grupo de muchachas, se revolucionaba el tren. Todos eran llamarlas, decirles no sé que cosas, generalmente bobadas y al final, como no podía ser de otra forma, el patoso o patosos de turno, soltando estúpidas groserías a aquellas jóvenes. Recuerdo a un capitán que en aquellos momentos paseaba por el andén. Se dio cuenta de inmediato de lo ocurrido, hizo bajar al soldado del vagón, le hizo cuadrarse, a lo militar de la época, le obligó a pedir perdón a la muchacha, él igualmente y en nombre de todos, se excusó ante ella y con voz firme le dijo: «El soldado que no sabe respetar a un mujer no merece ser respetado por su capitán» El oficial tomó nota de los datos del recluta que supongo pasaría un buen campamento pelando patatas todas las noches. Nunca he olvidado aquella frase a pesar de haber trascurrido más de 40 años. Me impactó y la he recordardo siempre.


Son hechos, al final, siempre recuerdos, que nunca se olvidan y cuando los recordamos nos hacen mirar al pasado con nostalgia.


Aquel capitán y lo dice éste, que soy yo y nada militarista, nos dio toda una lección a quienes presenciamos su actuación. Estoy seguro que ni la joven extremeña, ni el patoso soldado, la han olvidado nunca. Yo, que sólo fui testigo, está claro que no lo hice.


Saludos y perdón por la «batallita de la mili»



2 comentarios:

Elena dice...

No pidas perdón por la batallita, Fernando, ha sido muy emotiva. He recordado la mili de mis hermanos y he notado un pellizco en el vientre. Uno lo pasó muy mal, la hizo en la frontera de Pamplona, el otro la hizo aquí en Córdoba y la pasó más o menos bien.

Ya casi no se oyen estas "batallitas" de la mili.
Yo veo bien que la quitaran pero no dejo de reconocer que a algún que otro joven, no le iría nada mal unos mesecitos en un cuartel.

Un beso.

Fernando dice...

Gracias, Elena, por tu visita de hoy.

Tienes razón,la mili, hacía espabilar mucho.

Un beso.